Franco Sampietro
La famosa idea de Orwell de que “el periodismo consiste en contar aquello que alguien no quiere que se cuente” debe ser revisada a la luz de los nuevos tiempos, que ameritan darle una vuelta (o dos) de tuerca a la misma: periodismo es, más bien, contar aquello que la gente no quiere saber. Y no quiere saberlo por dos motivos: porque la han adiestrado a ver sólo una cara de las cosas, la que menos la complica, y porque el periodismo ha cambiado tanto en las últimas décadas, que lo que hoy denominamos de ese modo es un fenómeno tan distinto, que debería llamarse diferente.
Expliquémoslo con un ejercicio: el de la visita a una tienda de comestibles, con preferencia verdulería. Este grupo social representa en las ciudades pequeñas lo mismo que los taxistas en las grandes: son la caja de resonancia de la narrativa política dominante. Es decir, son la voz de todos aquellos que representan la media de la sociedad, en este caso tarijeña. Portan una locuacidad que transmite el sentido común que se supone desarrolla la gente, cuando en realidad repiten lo que les cuentan los medios, en especial la radio y la televisión, en ese orden. Porque las/los verdulera/os escuchan a los medios que se han calificado a sí mismos como de máxima calidad, y en su grado patológico de desconocimiento creen que esto es cierto. Simplemente escuchan a algún mediocre vivo que se metió al periodismo para ganar plata armando un programa que hable bien de los que la tienen.
Es así que uno ingresa a una tienda, dice buenos días y comienza la arenga. Y apenas el vendedor o la vendedora dice las primeras palabras uno ya sabe cómo serán las otras que diga. Porque no es el tendero quien habla sino Unitel, Radio Fides o Luis de Fuentes. La persona cree que expresa sus ideas, pero son las ideas de estos medios y otros pocos. Uno puede, como experimento, hacer preguntas puntuales, e invariable comprueba que es la opinión del conductor la que se repite. Y sin embargo, tampoco es la opinión del conductor, sino la de Don Corleone Montes, Pinocho Torrez y otros personajes de esa calaña, que son los que le pagan al locutor para que diga (o no diga) lo que ellos quieren que la gente piense. Y en realidad tampoco son ellos los que hablan, sino sus poderosos aliados empresariales y financistas de más arriba. Más todavía: el que habla es el poder financiero mundial, que los tiene de aliados y peones y los usa y necesita para seguir ganando con el estado espurio de las cosas.
Este es el triunfo del poder comunicacional, que hace que lo que llamamos periodismo haya dejado de serlo, y que el que opina crea que expresa sus opiniones cuando son las ideas que le han metido de afuera. No habla, es hablado. No tiene subjetividad, se la han colonizado, poniendo a otra que habla en su lugar. Y sin embargo, él se cree más libre que nunca y hasta tiene convicciones que le permiten pedir el castigo de los “indeseables”: siempre “extranjeros”, siempre marginales y con ideas políticas distintas de las “suyas”.
Un dato solamente: ¿alguien ha escuchado criticar la gestión de Montes o de Torrez o poner en tela de juicio alguno de sus actos?, ¿son infalibles estos deleznables personajes ya sucios hasta la médula antes de esta gestión en ciernes?, por supuesto que no: simplemente compraron –compran- a un “periodismo” que tiene los mismos valores que ellos, que no son más que un espejo de la sociedad que los ha elegido.
Esto no sería tan patético si no les pasara a casi todos y en casi todas partes (la diferencia es que aquí se ve más claro y es siempre un poco más grotesco: “lo que en otras partes sucede de un modo aparente, en Bolivia acontece de un modo fundamental”, según el gran René Zabaleta), ya que se trata de un nuevo proyecto de colonización mundial: colonizar las conciencias. Cierto marxismo arcaico no acaba de entender eso que Marx dijo de la burguesía: que era una clase revolucionaria. Porque a partir de 1989, con la caída de la Unión Soviética, lo que se consolida es una revolución mundial: una revolución capitalista. Se trata, concretamente, de la revolución comunicacional. Con ella, la burguesía –el capitalismo- comienza a enterrar al proletariado (que era, según se sabe, el llamado a enterrarla según la dialéctica de la Historia); ello ocurre a nivel mundial y Tarija es un tablero perfecto para verlo.
Para los pocos sutiles: ¿en qué consiste, concretamente, la revolución comunicacional que coloniza las subjetividades?, en eliminar del ser humano la capacidad de negación, de diferenciación y de crítica. En encadenar, no ya los cuerpos, sino los sujetos. Sus principales armas son los medios masivos y –formidablemente- internet, donde algunos ingenuamente creyeron que iba a instalarse la diáfana “sociedad transparente” que pregonaba el filósofo Gianni Vattimo a comienzo de los 90´s.Internet es hoy el reino del control biopolítico, del robo de datos personales, de la venta de mercancía basura, de los memes idiotizantes y de la pornografía. Y por supuesto, de la publicidad política.
El sentido de la Historia, según es sabido, no suele ser aquello que aparece en los libros de Historia. Porque la Historia es algo así (perdón si suena cursi) como la anatomía de una flor, no su perfume (es decir, su esencia). Por sus intersticios circula, secreta, sinuosa, su significado o sentido profundo. Algo que es invisible para quien no ve más allá de lo que acontece, o mucho peor: de lo que le dicen que acontece. Es de este modo que Tarija está hecha una pocilga, no sólo en el fondo del pozo estadístico en economía, salud, educación, justicia, corrupción, desarrollo humano y perspectivas futuras, sino a nivel físico y edilicio a la vista: sucia, contaminada, abandonada, repleta de perros vagabundos, de mendigos y vendedores ambulantes a nivel hormiga, con obras mal hechas (pero millonarias) y calles mal trazadas, sin agua corriente ni alcantarillas masivas, con una universidad prostituida, con horribles negocios de ropa usada y celulares (los únicos negocios que, parece, funcionan todavía) arruinando el centro donde los puntos coloniales ya dejaron (por negligencia) de serlo, y sobre todo, con cuatro puentes uno al lado del otro: palmaria prueba de la mafia corrupta que sigue mandando a este pueblo.
Y sin embargo, como afirma el dicho, hasta en el chiquero se divierten los chanchos; de modo que seguirán, durante generaciones, cantando a la “sucursal del Paraíso” con el mayor número de “andaluces” profesionales por metro cuadrado del mundo, hasta que se despierten, vaya a saberse cómo, porque eso será cada vez más duro. En Tarija y en todas partes.
De modo que no cabe sino ponerse patético. Recordar, una vez más, que es la hora urgente del pensamiento crítico. Que se trata de una lucha, sin exagerar, de dimensión civilizatoria. De una reconquista de la conciencia. Y que es ahora o nunca, porque será cada vez más difícil. Sartre dijo famosamente (tan famosamente que da vergüenza repetirlo) que “uno es lo que hace con lo que hicieron de él”. De modo que no se puede demorar más entonces, porque lo que están haciendo con nosotros es basura. Y de nadie más que de nosotros depende que lo sigan haciendo.