En 2021 la inflación en Bolivia alcanzó una tasa interanual de 0,90%, por debajo de los registros de varios países de la región. Sin embargo, como toda variable macroeconómica, el comportamiento de la inflación responde a determinantes de origen interno y externo, que generan presiones bien al alza o a la baja.
En el caso boliviano, atribuir los resultados de la variación de precios a un solo aspecto, como la política cambiaria, puede resultar un exceso.
¿Dicha política incidió en los resultados de la inflación? Desde luego, pero, a diferencia de otros analistas, considero que su rol fue complementario al de otros instrumentos de política económica; no considerar, desde una perspectiva más amplia, al esquema de políticas implementadas y a los desarrollos del entorno interno y externo, puede conducir a evaluaciones sesgadas.
Por una parte, los indicadores de inflación reflejaron en general, un escenario de equilibrios en los principales mercados de consumo. Por el lado de la oferta (fuera de factores transitorios y/o estacionales) el sector productivo tuvo la capacidad de abastecer a cabalidad las necesidades de los consumidores, evitando distorsiones que podrían haber conducido a repuntes de precios, por ejemplo en los mercados de alimentos y en otros sectores de la economía.
La recuperación del sector productivo en 2021 debe destacarse, los esfuerzos de los agentes se vieron apuntalados por las medidas de apoyo gubernamental, lo que derivó en un crecimiento de la actividad económica cercano al 6% en 2021 y una mejora en la tasa de desempleo que pasó de 8,4% en 2020 a 5,2% en noviembre de 2021, según datos del Instituto Nacional de Estadística.
No olvidemos, que la pandemia del COVID-19 y sus efectos adversos aún continúan presentes y en ese contexto, la recuperación de la actividad económica y la estabilidad de precios es un logro importante, para el cual los estímulos de las políticas tuvieron elevada incidencia. La estabilidad de los precios sin mayores repuntes, beneficia sobre todo a los sectores más vulnerables de la sociedad, que se constituyen precisamente en los más afectados por la crisis sanitaria.
Con relación a presiones inflacionarias externas, los países de la región enfrentan una importante aceleración en la inflación, que vino a reducir en términos netos, los efectos positivos de su proceso de reactivación.
Se generó mayor incertidumbre y un encarecimiento del costo de vida, tensionando las economías familiares, en medio de nuevas olas de la pandemia, en desmedro de grupos poblacionales con menores ingresos, ampliando las brechas sociales. En gran medida, los repuntes de la inflación se vieron estimulados por una fuerte pérdida del valor de sus monedas, con tasas de depreciación elevadas que se trasladaron a sus precios domésticos.
En Bolivia, la estabilidad cambiaria permitió contener dicho tipo de presiones externas, esto generó espacios para que los impulsos fiscales y monetarios puedan materializarse sin el costo de sobrecalentar la economía. La estabilidad de la moneda nacional, junto a otros factores, como los avances en el proceso de vacunación y la palpable mejora de la economía, también otorgaron mayor certidumbre y confianza a la población estabilizando sus expectativas.
Precisamente, el rol de las expectativas no es menor, aspecto reconocido por diversos analistas, sus efectos positivos no sólo se circunscriben a la estabilidad de precios, sino que también son determinantes para el impulso de la reactivación económica y la estabilidad financiera. Este es un activo importante con el que contamos actualmente como sociedad, que requiere cuidado en su manejo, aspecto al cual los analistas podemos aportar efectuando análisis lo más integrales posibles.
Considero que el balance anterior refleja la importancia de diversos factores que interactuaron y tuvieron elevada incidencia para los resultados en la tasa inflacionaria, y los cuales resumo: una oferta estable y adecuada a las necesidades de los consumidores; la reactivación productiva en segmentos importantes; y el rol de las políticas económicas, monetaria, fiscal y de desarrollo productivo, además de la cambiaria.
Hablar de una inflación reprimida, que se basarían en controles a la tasa de cambios, o en ilícitos como el contrabando, y que, además, se sustentaría en factores no sostenibles a mediano plazo, es un reduccionismo a todas luces excesivo. En los hechos, representa un análisis sesgado, como el que realizan algunas ex-autoridades o asesores económicos del gobierno de facto, que podrían conducir a interpretaciones equivocadas por parte de la población.
Por: Adam Rua Quiroga, Economista de la UMSS