Por Franco Sampietro

La Gobernación de Tarija publicó, días pasados, el presupuesto del POA para el año que recién comienza, y uno al verlo no sabe si reírse o insultar a las autoridades -con el gobernador Oscar Montes a la cabeza (que ha de ser a esta altura el personaje más nefasto que haya dado la ex “sucursal del Cielo”)-. Porque no se entiende si es delirio, estupidez o maldad a secas.

 En ese informe se declara, a la par de otros datos humillantes, que los fondos destinados para la cultura serán del % 1, 6 (para educación en general, del 3,07); acción que se sitúa en las antípodas del mundo contemporáneo: como si Tarija fuera (para mal) una provincia del realismo mágico, expulsada de la Historia. En efecto: el dato va a contrapelo de todo lo probado, recomendado, demostrado y experimentado a lo largo y ancho del planeta durante al menos los últimos setenta años, ya que, sabemos, la inversión en materia gris es la base del progreso y el capital más preciado de una sociedad, cualquiera sea su grado de desarrollo.

 De modo que a esta altura no se lo puede tratar al “ínclito” gobernador tarijeño sino de avivado: sabe muy bien lo que hace. Lo que ocurre es que no le importa en lo más mínimo Tarija, a no ser como fuente de negocio personal (según lo demuestra su enriquecimiento meteórico desde que se hizo político).

 ¿Qué importancia tiene en una sociedad esta entelequia manoseada, la cultura?, en un sentido amplio la cultura es algo así como un rostro: una forma de identidad personal como sociedad. Es eso que permite a los demás vernos y reconocernos: somos esto, somos aquello, somos lo que hemos ido haciendo de nosotros. Es lo que una comunidad ha ido eligiendo, el ser que se ha ido dando y que, coherentemente, ha terminado por configurar su retrato.

 El primer paso para construir una cultura propia es un acto de negación: decir no a una tradición impuesta -como cuando éramos colonia de España- y empezar a mirar hacia adentro para ver los propios rasgos. Esto es, valga lo obvio, uno de los aspectos fundamentales (si no el fundamental) de la tarea cultural, ya sea intelectual o artística. Lo han hecho todos los pensadores en serio, también los tarijeños. Y sin embargo, en la versión oficial de la cultura vernácula daría la impresión de que siempre se buscó afuera la potencia y el dinamismo histórico, pues desde esta visión parecieran decir que, a menos que formemos parte de un acervo foráneo, vegetaremos en una subcultura fuera de la Historia y hasta de la civilización.

 Dicha temática, en Tarija, es claramente obsesiva. Como si se esforzaran por resaltar un solo aspecto, una sola raíz, un solo dibujo y negaran los otros. Así por ejemplo, el gran evento de la fiesta de los chunchos, ya probado hasta el absurdo su origen andino –pero con rasgos culturales particulares y propios de esta tierra-, sigue en versión oficial, contra todas las pruebas, definiéndose como de origen solamente católico (y por ende español). Es decir: como si el elemento andino (con sus formas propias de religión ancestral) no formara parte de Tarija.

 Lo correcto sería decir: no hay cultura que no se construya a través del diálogo con otras culturas. Porque la identidad de un pueblo es una laboriosa urdimbre entre lo propio y la libre y creadora incorporación de lo externo.

 A partir de esta aclaración se imponen una serie insoslayable de preguntas, como ser: ¿deseamos verdaderamente saber quiénes somos?, ¿deseamos decir, en vez de ser dichos?, ¿deseamos emitir y ser algo más que pasivos receptores?, ¿deseamos crear una cultura propia y educar en ella a los nuestros?

 Y aquí surge un tema decisivo: la diferencia entre educación y cultura. La educación es el proceso por medio del cual un individuo se apropia de los medios culturales. También es el medio por el que se prepara la inteligencia del niño para vivir en sociedad. Es entonces la mecánica formativa con que se integra a la persona en los valores de una comunidad. Mientras que la cultura es precisamente esos valores. Los que una comunidad ha elegido como modalidad de existencia, como especificidad del ser. Redondeando: la cultura crea valores, mientras que la educación los enseña.

 De esto se deriva que la construcción de una cultura es paralela a la construcción de una sociedad: una sociedad existe sólo si existe culturalmente. Esto va más allá de la calidad de las producciones nativas: tiene que ver con su necesariedad, con la necesidad de que los intelectuales y los artistas se expresen, y que esa expresión se conozca. De modo que el dinero que entrega el Estado para educación sólo tiene sentido si se entrega dinero también para cultura. Porque si el Estado no apoya a la cultura es absurdo que apoye a la educación (a la que, de todos modos, tampoco apoya): sin cultura no hay qué educar. Sin cultura la educación no tiene lenguaje, no tiene valores: no tiene nada para decir o no tiene ni sabe cómo decirlo. Y cuando esto ocurre la educación termina enseñando la cultura ajena, por carencia de la propia.

 Si alguien tiene la rigidez facial de vendernos la habladuría del libre mercado, que agarre ya la página de espectáculos de cualquier medio de cualquier ciudad de Bolivia: allí verá que lo único que hay es oligopolios, donde los peces gordos se comen a los pequeños. ¿Qué lugar tendrían, por ejemplo, las películas nacionales dentro de la oferta de cines?, ¿cómo pretenden que el cine, o cualquier otra rama del arte, prospere en este país ceniciento, si parece que los que gobiernan odiaran al conocimiento?

 Por supuesto que las producciones del Primer Mundo (como las películas de Hollywood) son superiores a la producción nativa, pero aquí hablamos de otra cosa: de la posibilidad de expresarnos. De hacer una cultura nuestra. De que el mercado -manejado por la lógica del más rico- le haga un espacio también a lo propio: única manera de que surja un día algún producto o autor de calidad en estas tierras.

 Podríamos echarle la culpa total a Montes, si no fuera porque también a nivel nacional empieza a pasar lo mismo. Correcto: el Gobierno del módico Luis Arce levantó los Premios Nacionales de Novela y de Poesía (único país del continente que carece de ellos), no da respuesta del último Premio Abaroa (habiéndose comprometido hasta antes de finalizar el 2021) y al CIS (Centro de Investigaciones Sociales, dependiente de la Vicepresidencia) no le queda de su sigla más que la resonancia, ya que también suspendió las publicaciones por supuesta falta de presupuesto. Como se ve claramente, aquí la derecha analfabeta se iguala con la izquierda dizque pragmática, que vista sin demagogia también es derecha.

 La explicación que se esgrime es igualmente analfabeta: no hay fondos, o los mismos son para otras prioridades. Es decir: en su brutal ignorancia confunden la cultura con el lujo. No entienden que el primer paso para ayudar a los pobres es educarlos para que salgan adelante por sus propios medios, es darles armas para la vida: para que lean, que sepan, que piensen. Y eso es tan importante como alimentarlos. Es parte de una misma tarea. Si yo alimento a los hambrientos pero no los educo, no voy a tener, es cierto, hambrientos, pero voy a tener ignorantes: otra forma del hambre y de la derrota decretada como un destino.

 En realidad, se podría decir que Oscar Montes no mintió en este punto, ya que estando en campaña, el 19/12/20´, dijo a la prensa que “los artistas son gente poco seria” que “están bien para pasar un día de tomada, pero no para sacar a Tarija de la crisis”. Y completó el esperpento nombrando a un neófito como Director de Cultura: alguien que no tiene absolutamente ningún vínculo con la cultura; pero sí con el patoterismo, y hasta con el plagio barato, ya que en octubre del 2019 pretendió copiar al grupo de tontos racistas Resistencia Juvenil Cochala, (cuyos cabecillas están, precisamente, en la cárcel ahora), formando algo afín en esta tierra menos violenta.

  No ha de sorprender, entonces, que siga Tarija cayendo cuesta abajo, como si no hubiera fondo: la gobierna un “cerebro” que estima a la cultura una guitarreada entre borrachos.

Deja un comentario